Así empezó mi historia
Este el crudo relato de una paciente obesa desde su más tierna infancia que revela sus padecimientos ocultos
De bebé según contaba mi mamá no quería comer y mi papá le insistía que me llevará al médico para que me diera algo para abrirme el apetito, y me dieron muchas, muchas vitaminas.
A los casi tres años fallece mi papá y a los casi cinco tengo un accidente en el cual pierdo el ojo izquierdo, y a partir de allí se abrió el portón: Cada vez que iba al hospital de niños para ver al oculista al salir parábamos con mi mamá en algún kiosco y yo elegía las golosinas para el viaje de vuelta, nunca eran chocolates chicos siempre buscaba las golosinas más grandes.
En los muchos años de terapia descubrí que mi mamá y el resto de la familia intentaron tapar las faltas con comida. También descubrí que de alguna manera traté de ser la hija gordita que mi papá quería y nunca llegó a ver....
Cuando empecé preescolar me llevaba "varias" golosinas para los recreos y ni hablar lo que fue durante la escuela primaria... situación ayudada ya que unos tíos vivían en la planta baja de mi casa y tenían almacén por lo tanto tenía todo ahí, a mano para comer ¡todo lo que quisiera!
Cuando empecé a manejar la plata que me daban para el kiosco del colegio, llegué a comer hasta cinco alfajores en una mañana, y después al llegar a casa si la comida no estaba lista me preparaba sándwiches esperando, y luego comía toda la comida. Nunca deje nada en el plato...
En una ciudad a trescientos kilómetros de casa, vivían otros tíos que tenían panadería, y yo pasaba año nuevo allí y me quedaba todo enero por lo tanto la exposición a lo dulce se potenciaba durante ese mes.... y mi peso también.
Empecé a hacer dietas a conciencia cuando volví de lo de mis tíos un febrero previo a cumplir quince años. Volví con noventa y dos kilos y medio, hasta aquel momento mi peso máximo. En junio sería la fiesta y no quería una fiesta, pensar en un vestido blanco y tener ese peso !No!
Llegué a la fiesta con setenta y pico de kilos, me sentía menos disconforme y medianamente disfruté de ella. Digo medianamente ya que había situaciones que la opacaban, la más importante ¡la ausencia de mi papá!, otra de las cosas tenía que ver con mi nombre.
En la escuela todos me llamaban ¡gorda!, nadie me llamaba por mi nombre y recién noté lo terrible que era para mí cuando después de bajar de peso me seguían llamando igual, yo duran-te mucho tiempo fui ¡la gorda! Esta situación no se daba en la academia cultural donde estudié inglés, allí no sé porque, siempre me llamaron por mi nombre. Para mi eran normales ambas situaciones, hasta que se acercaba la fiesta, y empecé a pedirles a mis amigas del colegio que me llamaran por mi nombre, en realidad me daba miedo y vergüenza que mis compañeros de la cultural escucharan que ellas me llamaban así, y ellos empiecen a llamarme igual, más allá de los kilos bajados.
Me acuerdo pedirles casi por favor que no me digan gorda, y sus burlas al respecto. Por suerte mis compañeros de la cultural inglesa siempre me llamaron por mi nombre y ellas con el tiempo aprendieron también a hacerlo; Para quinto año ya casi nadie me llamaba gorda, supongo que también la situación fue ayudada a que no volví a subir tanto de peso durante esa época. Aunque me costó horrores, durante un par de años estuve muy obsesionada y me cuidaba mucho con la comida, pasé más de dos años sin probar un alfajor completo y hacia mucha actividad física, recuerdo ponerme nylon en la panza y las piernas, un pullover y saltar a la soga más de media hora en el living de mi casa.
Con cada cambio de década fui a mi médico y bajé muchos kilos, recuerdo lo más bajo creo que fue menos de sesenta y cinco kilos a los veinte años, pero nunca pude mantener pesos bajos. Por lo tanto, volví a verlo a los veintinueve, y bajé. Nuevamente regresé a los treinta y ocho años, para buscar el embarazo de mi segunda hija en un mejor peso que con la primera, arranqué en aquel momento con 98 kilos (el peso más alto hasta ahora), y también lo logré.
Ahora a tres años y medio del nacimiento de mi nena más chica, volví con casi el último peso más alto. La mayor frustración es ver que no supe, o no pude, poner en práctica como cuidar mis pesos menos altos. Estos pesos altos me impiden disfrutar de la ropa que me pongo ya que en muchas ocasiones me tapo, no me visto, ya que nada me queda como quisiera.
Si bien tengo ropa de muchos talles, por momentos me resisto a agarrar, otra vez, los abrigos o la ropa más grande que tengo, pero me siento muy incómoda y termino usando el mismo pantalón o la misma remera casi toda la semana, situación que también me pone mal ya que por mi trabajo debería ir mejor arreglada. Casi no usé pulóveres estos días de mucho frío, ya que me impedían doblar el brazo o sentirme cómoda con los pulóveres y el abrigo, opte entonces por los chalecos.
Hasta ahora mi peso no me había impedido hacer cosas, pero desde hace unos años comenzó a hacerlo. Un impedimento que viví con este peso alto, fue el momento de ir a la playa...Durante aquel verano, estuve todo el tiempo en bermudas, me ponía la parte de arriba de la malla, pero me tapaba de la cintura para abajo, y así pasé los días de playa.
Nunca me metí a la pileta ni al mar y me sentía horrible por dar-me cuenta que me estaba perdiendo de disfrutar con mis hijas entonces me propuse al volver de las vacaciones bajar de peso por mi cuenta....¡pero no lo logré!, y al ver que se acercaba el momento de volver a la playa el verano pasado me sentí muy frustrada, primero por no haber podido bajar de peso, segundo por saber que nuevamente me perdería disfrutar con mis hijas, y para coronar la situación unos días antes de volver al mar, mi hija más grande me preguntó si este año también usaría las bermudas para ir a la playa como el año pasado.
Este verano decidí meterme al mar y jugar con las olas con mi nena más grande (la chiquita todavía le tiene miedo al agua), pero al salir del mar me ponía rápido un vestidito para "taparme" (tonta idea, ya que era obvio lo que había debajo del vestido), me sentí un poco menos mal, ya que por lo menos algo me animé a disfrutar... aunque no es esto lo que quiero, quisiera sentirme mejor al verme al espejo.
Me preocupa, y no me gusta la imagen que mis hijas puedan tener de mi en cuanto a lo estético, y mucho peor cuánto esto puede perjudicar mi salud. Hace poco tuve que hacerme una resonancia magnética de rodilla ¡y mi rodilla no entró en el resonador para articulaciones!
Y acá puede empezar la historia en cuanto a las dificultades físicas que el sobrepeso me puede ocasionar.
En los muchos años de terapia descubrí que mi mamá y el resto de la familia intentaron tapar las faltas con comida. También descubrí que de alguna manera traté de ser la hija gordita que mi papá quería y nunca llegó a ver.... Cuando empecé preescolar me llevaba "varias" golosinas para los recreos y ni hablar lo que fue durante la escuela primaria... situación ayudada ya que unos tíos vivían en la planta baja de mi casa y tenían almacén por lo tanto tenía todo ahí, a mano para comer ¡todo lo que quisiera!
Cuando empecé a manejar la plata que me daban para el kiosco del colegio, llegué a comer hasta cinco alfajores en una mañana, y después al llegar a casa si la comida no estaba lista me preparaba sándwiches esperando, y luego comía toda la comida. Nunca deje nada en el plato... En una ciudad a trescientos kilómetros de casa, vivían otros tíos que tenían panadería, y yo pasaba año nuevo allí y me quedaba todo enero por lo tanto la exposición a lo dulce se potenciaba durante ese mes.... y mi peso también.
Empecé a hacer dietas a conciencia cuando volví de lo de mis tíos un febrero previo a cumplir quince años. Volví con noventa y dos kilos y medio, hasta aquel momento mi peso máximo. En junio sería la fiesta y no quería una fiesta, pensar en un vestido blanco y tener ese peso !No! Llegué a la fiesta con setenta y pico de kilos, me sentía menos disconforme y medianamente disfruté de ella. Digo medianamente ya que había situaciones que la opacaban, la más importante ¡la ausencia de mi papá!, otra de las cosas tenía que ver con mi nombre.
En la escuela todos me llamaban ¡gorda!, nadie me llamaba por mi nombre y recién noté lo terrible que era para mí cuando después de bajar de peso me seguían llamando igual, yo duran-te mucho tiempo fui ¡la gorda! Esta situación no se daba en la academia cultural donde estudié inglés, allí no sé porque, siempre me llamaron por mi nombre. Para mi eran normales ambas situaciones, hasta que se acercaba la fiesta, y empecé a pedirles a mis amigas del colegio que me llamaran por mi nombre, en realidad me daba miedo y vergüenza que mis compañeros de la cultural escucharan que ellas me llamaban así, y ellos empiecen a llamarme igual, más allá de los kilos bajados.
Me acuerdo pedirles casi por favor que no me digan gorda, y sus burlas al respecto. Por suerte mis compañeros de la cultural inglesa siempre me llamaron por mi nombre y ellas con el tiempo aprendieron también a hacerlo; Para quinto año ya casi nadie me llamaba gorda, supongo que también la situación fue ayudada a que no volví a subir tanto de peso durante esa época. Aunque me costó horrores, durante un par de años estuve muy obsesionada y me cuidaba mucho con la comida, pasé más de dos años sin probar un alfajor completo y hacia mucha actividad física, recuerdo ponerme nylon en la panza y las piernas, un pullover y saltar a la soga más de media hora en el living de mi casa.
Con cada cambio de década fui a mi médico y bajé muchos kilos, recuerdo lo más bajo creo que fue menos de sesenta y cinco kilos a los veinte años, pero nunca pude mantener pesos bajos. Por lo tanto, volví a verlo a los veintinueve, y bajé. Nuevamente regresé a los treinta y ocho años, para buscar el embarazo de mi segunda hija en un mejor peso que con la primera, arranqué en aquel momento con 98 kilos (el peso más alto hasta ahora), y también lo logré.
Ahora a tres años y medio del nacimiento de mi nena más chica, volví con casi el último peso más alto. La mayor frustración es ver que no supe, o no pude, poner en práctica como cuidar mis pesos menos altos. Estos pesos altos me impiden disfrutar de la ropa que me pongo ya que en muchas ocasiones me tapo, no me visto, ya que nada me queda como quisiera.
Si bien tengo ropa de muchos talles, por momentos me resisto a agarrar, otra vez, los abrigos o la ropa más grande que tengo, pero me siento muy incómoda y termino usando el mismo pantalón o la misma remera casi toda la semana, situación que también me pone mal ya que por mi trabajo debería ir mejor arreglada. Casi no usé pulóveres estos días de mucho frío, ya que me impedían doblar el brazo o sentirme cómoda con los pulóveres y el abrigo, opte entonces por los chalecos.
Hasta ahora mi peso no me había impedido hacer cosas, pero desde hace unos años comenzó a hacerlo. Un impedimento que viví con este peso alto, fue el momento de ir a la playa...Durante aquel verano, estuve todo el tiempo en bermudas, me ponía la parte de arriba de la malla, pero me tapaba de la cintura para abajo, y así pasé los días de playa.
Nunca me metí a la pileta ni al mar y me sentía horrible por dar-me cuenta que me estaba perdiendo de disfrutar con mis hijas entonces me propuse al volver de las vacaciones bajar de peso por mi cuenta....¡pero no lo logré!, y al ver que se acercaba el momento de volver a la playa el verano pasado me sentí muy frustrada, primero por no haber podido bajar de peso, segundo por saber que nuevamente me perdería disfrutar con mis hijas, y para coronar la situación unos días antes de volver al mar, mi hija más grande me preguntó si este año también usaría las bermudas para ir a la playa como el año pasado.
Este verano decidí meterme al mar y jugar con las olas con mi nena más grande (la chiquita todavía le tiene miedo al agua), pero al salir del mar me ponía rápido un vestidito para "taparme" (tonta idea, ya que era obvio lo que había debajo del vestido), me sentí un poco menos mal, ya que por lo menos algo me animé a disfrutar... aunque no es esto lo que quiero, quisiera sentirme mejor al verme al espejo.
Me preocupa, y no me gusta la imagen que mis hijas puedan tener de mi en cuanto a lo estético, y mucho peor cuánto esto puede perjudicar mi salud. Hace poco tuve que hacerme una resonancia magnética de rodilla ¡y mi rodilla no entró en el resonador para articulaciones! Y acá puede empezar la historia en cuanto a las dificultades físicas que el sobrepeso me puede ocasionar.
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