La ansiedad y la angustia
La ansiedad y la angustia son dos sentimientos opuestos, pero con un origen común, lo que los hace íntimamente emparentados
La ansiedad y la angustia son dos sentimientos eminentemente humanos, opuestos en apariencia, pero unidos en el denominador común que es el stress crónico social y la lucha eterna e infructuosa del ser humano por superara las condiciones de una vida que vive pero que no desea vivir de ese modo. Un juego de palabras que encierra una visión general de la cosa.
En el ámbito puramente animal existen solo dos respuestas posibles ante la inminencia de un peligro que ponga en riesgo la supervivencia del individuo: La lucha o la huida.
El animal ante el peligro lo enfrenta y lucha, o lo evita y huye. Tengamos en claro que cualquier animal, de cualquier especie, siempre que puede opta por huir y no por luchar.
Los únicos Kamikazes del planeta somos los seres humanos, que ante los peligros casi siempre actuamos más con la emoción que con la razón y podemos, y solemos, ir a la lucha, como el Quijote, contra nuestros propios molinos de viento emocionales.
Dado que la naturaleza “premió” al hombre con el raciocinio, también le hizo recambiar la lucha por la ansiedad (que es una forma de lucha al fin), y la huida por la angustia (que es una forma de huida al fin). Y como nada es tan distinto, siempre se elije (como lo hace el animal), la huida (angustia) a la lucha (ansiedad), pero a diferencia del animal, el costo es mayor puesto que es más destructiva la angustia que la ansiedad.
Angustia es el sentimiento que aparece ante una amenaza desconocida, es un miedo inexistente.
Por esto mismo, la angustia es un sentimiento más insoportable que el miedo, pues al no conocer el origen de la amenaza no se puede plantear una defensa adecuada. Ante una instancia angustiable el individuo ve cerrarse todos sus caminos y estrecharse sus vías de escape; No por casualidad etimológicamente angustia significa angosto.
La angustia es un sentimiento humano por excelencia, que debe aparecer ante circunstancias penosas. Kurt Schneider dice: “Necesita más explicación el que no tengamos angustia, que el que la tengamos de vez en cuando”. La lucha contra la angustia enriquece o empobrece al individuo, según acierte o no, la forma de defensa ante la situación.
La angustia es tan insoportable que si no se transforma en miedo puede desestructurar la mente (como en los accesos de pánico), o terminar causando severos daños físicos.
En su desesperación por evitar los síntomas intolerables de la angustia muchos buscan la evitación del problema, sin saber qué: La huida de la angustia es el peor mecanismo de defensa que se puede elegir.
Lo insoportable de la angustia llevó al hombre desde sus albores a buscar mecanismos de aliviarla, o en el peor de los casos, ocultarla. La comprensión por parte del cerebro primitivo sobre irreversibilidad de la muerte pudo ser uno de los disparadores de la espiritualidad, parte de los programas de funcionamiento de la mente humana.
La espiritualidad como mecanismo de fe (que nada tiene que ver con las religiones), es innato al ser humano: Todos creemos en algo.
Si dentro de las etapas de un duelo (negación, cólera, negociación, depresión y aceptación), magistralmente esbozadas por Elizabeth Kubbler Ross, existe la negociación, bien se puede suponer que no se puede negociar si no es con algo que está por encima nuestro.
Esta reflexión no tiene el objeto de hacer una disquisición teológica, sino de aclarar que cualquier mecanismo humano para atenuar la angustia es válido, aun los más extraños o patológicos.
Las compulsiones (descargas imperiosas hacia un elemento puntual) tales como el alcohol, el tabaco, los fármacos o drogas y sobre todo la comida, son paliativos que muchos utilizan ante situaciones de angustia constante.
En el ámbito puramente animal existen solo dos respuestas posibles ante la inminencia de un peligro que ponga en riesgo la supervivencia del individuo: La lucha o la huida. El animal ante el peligro lo enfrenta y lucha, o lo evita y huye. Tengamos en claro que cualquier animal, de cualquier especie, siempre que puede opta por huir y no por luchar.
Los únicos Kamikazes del planeta somos los seres humanos, que ante los peligros casi siempre actuamos más con la emoción que con la razón y podemos, y solemos, ir a la lucha, como el Quijote, contra nuestros propios molinos de viento emocionales.
Dado que la naturaleza “premió” al hombre con el raciocinio, también le hizo recambiar la lucha por la ansiedad (que es una forma de lucha al fin), y la huida por la angustia (que es una forma de huida al fin). Y como nada es tan distinto, siempre se elije (como lo hace el animal), la huida (angustia) a la lucha (ansiedad), pero a diferencia del animal, el costo es mayor puesto que es más destructiva la angustia que la ansiedad.
Angustia es el sentimiento que aparece ante una amenaza desconocida, es un miedo inexistente. Por esto mismo, la angustia es un sentimiento más insoportable que el miedo, pues al no conocer el origen de la amenaza no se puede plantear una defensa adecuada. Ante una instancia angustiable el individuo ve cerrarse todos sus caminos y estrecharse sus vías de escape; No por casualidad etimológicamente angustia significa angosto.
La angustia es un sentimiento humano por excelencia, que debe aparecer ante circunstancias penosas. Kurt Schneider dice: “Necesita más explicación el que no tengamos angustia, que el que la tengamos de vez en cuando”. La lucha contra la angustia enriquece o empobrece al individuo, según acierte o no, la forma de defensa ante la situación.
La angustia es tan insoportable que si no se transforma en miedo puede desestructurar la mente (como en los accesos de pánico), o terminar causando severos daños físicos. En su desesperación por evitar los síntomas intolerables de la angustia muchos buscan la evitación del problema, sin saber qué: La huida de la angustia es el peor mecanismo de defensa que se puede elegir.
Lo insoportable de la angustia llevó al hombre desde sus albores a buscar mecanismos de aliviarla, o en el peor de los casos, ocultarla. La comprensión por parte del cerebro primitivo sobre irreversibilidad de la muerte pudo ser uno de los disparadores de la espiritualidad, parte de los programas de funcionamiento de la mente humana.
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