La importancia del colesterol

El colesterol, el gran enemigo de la medicina y el villano siempre de turno, tal vez no sea tan malo como lo pintan

El colesterol, aunque no siempre se dice, forma parte de cada una de las membranas de los quinientos mil millones de células que posee el cuerpo humano y es precursor imprescindible para la síntesis de importantes hormonas, tales como: corticoides, aldosterona, hormonas sexuales masculinas y hormonas sexuales femeninas.

Existen en el organismo básicamente dos tipos de colesterol: El colesterol HDL: Llamado vulgarmente “colesterol bueno”, tiene por función transportar las grasas desde la circulación hacia el hígado para convertirlas en energía. El colesterol LDL: Es el denominado “colesterol malo”, y su función es transportar las grasas desde el hígado hacia el tejido adiposo.

El colesterol LDL siempre es más abundante que el HDL (de cuatro a cinco veces más), para satisfacer las demandas de producción hormonal y reparar las membranas celulares. Pero, en verdad, lo que es “malo” no es el colesterol LDL en sí mismo, sino su exceso y los factores de riesgo que aumentan su potencia agresiva: obesidad, stress, tabaquismo, hipertensión, sedentarismo o diabetes.

Cuando el colesterol aportado por la dieta desciende, el hígado vuelve a formarlo hasta llevarlo nuevamente a los límites normales. Por esto, nunca es de gran valor reducir drásticamente las grasas de las dietas, puesto que, con una ausencia total de colesterol alimentario, los niveles de colesterol en sangre pueden descender, como mucho, un 15% del total.

Ante esto, podemos concluir que, a pesar de que el colesterol es un componente esencial de las membranas celulares y de diversas hormonas, no es necesario que sea aportado por la dieta, pues el organismo sintetiza lo suficiente para cubrir sus requerimientos. Creo importante dejar sentado un concepto que con el correr del tiempo podrá o no darme la razón: El colesterol, gran enemigo de la salud cardiovascular, puede que no lo sea en realidad.

En la década del 1950, se concluyó que los valores de colesterol sanguíneo entre 150 y 250 mg%, eran considerados normales. Con el correr del tiempo, esos niveles se fueron reduciendo a 230, 220 y actualmente a menos de 200 mg%, para lograr un adecuado estado de salud cardiovascular. Ahora bien, yo me pregunto: ¿El ser humano evoluciono tan rápidamente que en cincuenta años lo que era normal dejó de serlo?… Y me respondo que no.

Lo que cambiaron son las condiciones psíquicas y sociales de las personas y no el funcionamiento orgánico, por lo que sería más lógico simplificarle la vida a la gente y no seguir exigiéndoles que tengan cada vez menos colesterol.

En nuestra práctica cotidiana vemos que los obesos sometidos a dieta se comportan metabólicamente de una manera muy particular: Si los valores de colesterol total son mayores a 250 mg%, los mismos tienden a reducirse; Si en cambio el colesterol está por debajo de los 200 mg%, tiende a ubicarse en torno a los 220 o 230 mg%. Ante esto, podríamos inferir que el organismo intenta “reacomodar” sus niveles en una zona de mejor funcionalidad.

Sería necio desconocer que un exceso de colesterol daña la salud; pero su déficit (si es farmacológicamente obtenido), puede llegar a ser también perjudicial, sobre todo para la gente mayor. Los ancianos con muy bajos niveles de colesterol se vuelven frágiles y con menos posibilidades de superar las situaciones de stress.

Es probable que reducir el colesterol total muy por debajo de los 200 mg% pudiera acarrear, en los ancianos, trastornos de mayor envergadura que lo que se busca corregir.