La obesidad infantil [2]
[Parte dos] Todos los obesos mórbidos lo pueden llegar a ser solamente si fueron obesos de niños. Por eso es vital encarar la lucha desde la más temprana edad
En muchos de los casos explicados en la primera parte de este informe, el niño fue anoréxico en la primera infancia (consecuencia también de la ansiedad materna), o a causa de una enfermedad o una intervención quirúrgica que actúa como stress patológico; La madre, ante estos casos, aprovecha la oportunidad para “reforzar” al niño sobrealimentándolo sin culpa. Es en estos momentos donde el niño adquiere el hábito polifágico.
Muchas veces el médico, a expensas de los ansiosos pedidos maternos, alienta la sobrealimentación indicando suplementos vitamínicos o el menor gasto metabólico suspendiendo por largos periodos la práctica deportiva del niño. Además, el amor dominante y exclusivo de las madres temerosas y angustiadas aparta a los niños del placer que podrían encontrar en otras actividades no orales como los deportes o juegos al aire libre; Esta inactividad física agrava el desequilibrio entre aporte y consumo calórico potenciando y perpetuando el sobrepeso.
Las madres ansiosas y sobreprotectoras viven temerosas de los hábitos de independencia de sus hijos; Las nuevas adquisiciones, basadas en la destreza física inconscientemente pueden darle al juego y al contacto físico con otros niños un sentido amenazador. Sin una figura paterna con rol activo en la estimulación física, el niño se vuelve pasivo y con dificultades para integrarse a la actividad física. Esta actitud materna crea en el niño una asociación entre actividad muscular y peligro, engendrándose un sedentarismo que persiste hasta la edad adulta.
• Las madres ausentes: Como cada vez hay más mujeres que salen a trabajar, los niños deben alimentarse en el colegio y al volver a la tarde se encuentran abandonados volcándose a la “compensación oral” de su angustia hasta la vuelta de la madre.
La madre, pensando que el niño no se alimentó bien durante el día, en la cena “compensa” estas hipotéticas falencias nutricionales, sobrecargando con más comida a su hijo.
• La competencia madre-hija: La relación de la madre con su hija mujer durante los periodos de infancia tardía o preadolescencia presenta aristas potencialmente conflictivas que deben ser tenidas en cuenta; El antagonismo madre-hija puede desencadenar una obesidad en la joven como forma de reacción ante una madre demasiado elegante, mundana o egocéntrica.
Ciertas madres “rechazan” a sus hijas por verlas como desleal competencia a su propia juventud en franco retroceso; Para cubrir el sentimiento subconscientemente de culpabilidad caen en la práctica del cebamiento, con lo que se logra el doble mecanismo de disfrazar un poco su agresividad y quitar del medio al foco de competencia (una adolescente obesa nunca va a poder competir con una madre adulta pero elegante).
La presencia de un padre demasiado rígido o autoritario puede determinar las mismas respuestas patológicas. El mismo conflicto anterior, pero a la inversa puede ser en condiciones favorables, el disparador de una anorexia nerviosa.
Muchas veces el médico, a expensas de los ansiosos pedidos maternos, alienta la sobrealimentación indicando suplementos vitamínicos o el menor gasto metabólico suspendiendo por largos periodos la práctica deportiva del niño. Además, el amor dominante y exclusivo de las madres temerosas y angustiadas aparta a los niños del placer que podrían encontrar en otras actividades no orales como los deportes o juegos al aire libre; Esta inactividad física agrava el desequilibrio entre aporte y consumo calórico potenciando y perpetuando el sobrepeso.
Las madres ansiosas y sobreprotectoras viven temerosas de los hábitos de independencia de sus hijos; Las nuevas adquisiciones, basadas en la destreza física inconscientemente pueden darle al juego y al contacto físico con otros niños un sentido amenazador. Sin una figura paterna con rol activo en la estimulación física, el niño se vuelve pasivo y con dificultades para integrarse a la actividad física. Esta actitud materna crea en el niño una asociación entre actividad muscular y peligro, engendrándose un sedentarismo que persiste hasta la edad adulta.
• Las madres ausentes: Como cada vez hay más mujeres que salen a trabajar, los niños deben alimentarse en el colegio y al volver a la tarde se encuentran abandonados volcándose a la “compensación oral” de su angustia hasta la vuelta de la madre. La madre, pensando que el niño no se alimentó bien durante el día, en la cena “compensa” estas hipotéticas falencias nutricionales, sobrecargando con más comida a su hijo.
• La competencia madre-hija: La relación de la madre con su hija mujer durante los periodos de infancia tardía o preadolescencia presenta aristas potencialmente conflictivas que deben ser tenidas en cuenta; El antagonismo madre-hija puede desencadenar una obesidad en la joven como forma de reacción ante una madre demasiado elegante, mundana o egocéntrica.
Ciertas madres “rechazan” a sus hijas por verlas como desleal competencia a su propia juventud en franco retroceso; Para cubrir el sentimiento subconscientemente de culpabilidad caen en la práctica del cebamiento, con lo que se logra el doble mecanismo de disfrazar un poco su agresividad y quitar del medio al foco de competencia (una adolescente obesa nunca va a poder competir con una madre adulta pero elegante).
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