La OMS, los edulcorantes y la diabetes... ¿Otro yerro más?
La polémica indicación del máximo organismo de la salud que genera controversias. Una polémica decisión, sin demasiados fundamentos científicos, que asombra a muchos de nosotros.
En el día de ayer la Organización Mundial de la Salud (OMS), el máximo organismo
internacional que entiende en el tema redactó ayer un informe sobre el supuesto peligro del uso
de edulcorantes de diferente tipo, sin discriminar clase, ni época histórica desde que se halla
en uso cotidiano y corriente.
El informe en cuestión ubicaba a los edulcorantes dentro del grupo de productos pasibles
desde no ser útiles para el control del sobrepeso y la obesidad, de ser desencadenadores de
diabetes tipo II, hasta plantear un serio riesgo de sobrevida por el solo hecho de consumirlos.
Teniendo en cuenta la importante pérdida de credibilidad de la entidad mundial rectora de la
salud por la forma de actuar en la reciente pandemia de Covid-19, y algunos informes que
debieron ser corregidos y posteriormente desestimados ante la clara evidencia en contrario que
los ponía en una situación comprometida (por ejemplo la indicación de una reducción drástica
en la utilización de la sal de mesa hasta límites rayanos con la propia salud), se perdió una
gran parte la autoridad científica que este organismo siempre ostentó.
El presente artículo es vertido a total título personal y donde me avalan, por un lado, mis 48
años de médico y mis 45 años de atender pacientes con trastornos de la alimentación y la
obesidad.
El primer dato que “quebranta” la autoridad científica del informe OMS, es que en dicho informe
no se distingue entre los diferentes tipos de edulcorantes, donde se “pone en la misma bolsa” a
los edulcorantes artificiales derivados de los hidrocarburos como la sacarina o el ciclamato, a
los edulcorantes proteicos como el Aspartame y a los edulcorantes naturales como la
recientemente promocionada Estevia… Cuando un león es igual que un perro o una vaca…
algo no cierra.
En segundo lugar, se explica, superficialmente y sin ningún contenido válido, que los
edulcorantes no sirven para la lucha contra la obesidad cuando es, gracias a los edulcorantes,
que se puede dar pelea a la obesidad con mayores posibilidades de éxito.
Parece que la OMS olvidó (o desconoce), que desde el año 1852 y según los históricos
estudios del químico alemán Barón Justus Von Liebig, el mundo conoce que, no menos del
70% de la grasa corporal de los seres humanos, se elabora a partir de los carbohidratos
(azúcares) alimentarios y no de las grasas alimentarias.
La OMS parece también desconocer que el 85% de todos los diabéticos del mundo son
diabéticos Tipo II (la diabetes del adulto), propiciada, mantenida y multiplicada por la obesidad
y el sobrepeso, y que cualquier tipo de azúcares (naturales, artificiales o elaborados), son para
el obeso... Azúcares al fin.
Los mismos azúcares que van a perpetuar una patología que la misma Organización Mundial
de la Salud tildó en el año 2000, en su 57º Asamblea General denominó como: “La epidemia
del siglo XXI”, olvidando ahora esa universal resolución.
Como corolario, argumentar que un ingrediente universalmente consumido desde hace cien
años para corregir los trastornos del peso corporal pueda provocar obesidad es como decir que
“los bomberos van a provocar un incendio”. Aquí ya se quemaron todos los libros de la ciencia
médica.
Quiero creer que este error conceptual se logre revertir antes que el grueso de la población
abandone el uso habitual de sus edulcorantes, que vuelva a la utilización de azúcares, y que la
tan temida “epidemia de obesidad” nos encuentre sin defensas y a la vuelta de la esquina.
El informe en cuestión ubicaba a los edulcorantes dentro del grupo de productos pasibles desde no ser útiles para el control del sobrepeso y la obesidad, de ser desencadenadores de diabetes tipo II, hasta plantear un serio riesgo de sobrevida por el solo hecho de consumirlos.
Teniendo en cuenta la importante pérdida de credibilidad de la entidad mundial rectora de la salud por la forma de actuar en la reciente pandemia de Covid-19, y algunos informes que debieron ser corregidos y posteriormente desestimados ante la clara evidencia en contrario que los ponía en una situación comprometida (por ejemplo la indicación de una reducción drástica en la utilización de la sal de mesa hasta límites rayanos con la propia salud), se perdió una gran parte la autoridad científica que este organismo siempre ostentó.
El presente artículo es vertido a total título personal y donde me avalan, por un lado, mis 48 años de médico y mis 45 años de atender pacientes con trastornos de la alimentación y la obesidad. El primer dato que “quebranta” la autoridad científica del informe OMS, es que en dicho informe no se distingue entre los diferentes tipos de edulcorantes, donde se “pone en la misma bolsa” a los edulcorantes artificiales derivados de los hidrocarburos como la sacarina o el ciclamato, a los edulcorantes proteicos como el Aspartame y a los edulcorantes naturales como la recientemente promocionada Estevia… Cuando un león es igual que un perro o una vaca… algo no cierra.
En segundo lugar, se explica, superficialmente y sin ningún contenido válido, que los edulcorantes no sirven para la lucha contra la obesidad cuando es, gracias a los edulcorantes, que se puede dar pelea a la obesidad con mayores posibilidades de éxito. Parece que la OMS olvidó (o desconoce), que desde el año 1852 y según los históricos estudios del químico alemán Barón Justus Von Liebig, el mundo conoce que, no menos del 70% de la grasa corporal de los seres humanos, se elabora a partir de los carbohidratos (azúcares) alimentarios y no de las grasas alimentarias.
La OMS parece también desconocer que el 85% de todos los diabéticos del mundo son diabéticos Tipo II (la diabetes del adulto), propiciada, mantenida y multiplicada por la obesidad y el sobrepeso, y que cualquier tipo de azúcares (naturales, artificiales o elaborados), son para el obeso... Azúcares al fin.
Los mismos azúcares que van a perpetuar una patología que la misma Organización Mundial de la Salud tildó en el año 2000, en su 57º Asamblea General denominó como: “La epidemia del siglo XXI”, olvidando ahora esa universal resolución.
Como corolario, argumentar que un ingrediente universalmente consumido desde hace cien años para corregir los trastornos del peso corporal pueda provocar obesidad es como decir que “los bomberos van a provocar un incendio”. Aquí ya se quemaron todos los libros de la ciencia médica.
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