Psicologia de la obesidad [2]
[Parte dos] La obesidad y su compleja relación con la mente, el ánimo y las emociones hacen que su resolución sea uno de los más difíciles de la medicina
En contrapartida de los cuatro mecanismos de defensa psicológicos anteriormente enumerados (negación, regresión, represión y proyección), se encuentra, como el mecanismo más evolucionado e ideal para elegir, la sublimación (trasladar a un fin superior y noble la energía negativa de un problema) el que será explicado en un apartado especial.
Casualmente esos mecanismos psicológicos más primitivos (negación, regresión, represión y proyección), son los habitualmente elegidos para cubrir el malestar anímico y la angustia que produce el peso cuando está fuera de sintonía con lo que la persona desea o anhela.
Si se combina la angustia por el sobrepeso y los repetidos fracasos por corregirlo, con una elección inapropiada del mecanismo de defensa utilizado y una estructura de pensamiento de tipo mágico (cosa habitual en la obesidad), no será descabellado pensar que actuar irracionalmente o con poco sentido común será la regla, más que la excepción, en estos casos.
Con cada atisbo de solución mágica no solo se suma una nueva frustración agravando la idea que la búsqueda siempre termina en un fracaso, también se ponen en marcha mayores y más sofisticados sistemas de protección de las reservas de grasa, alejando la ya remota posibilidad de triunfo. Sutiles diferencias al momento de encarar la defensa de la angustia por el sobrepeso hacen que la realidad choque con todas las teorías y “…Es en la realidad donde mueren las teorías”.
Teorías que no están exentas de un alto rigor científico, pero que a veces no resisten las intrincadas adaptaciones que la mente realiza, como si fuese el modelado de un escultor, logrando que cada individuo sea una obra única e irrepetible. Esas sutiles diferencias son las que hacen que una persona se cure de la misma enfermedad que otra se muere, o que al contacto con el mismo agente patógeno alguien se enferme y alguien no.
Estas mismas sutiles diferencias son las que llevaron a la creación de un axioma médico por excelencia: “...No hay enfermedades sino enfermos”.
En los trastornos del peso corporal, estas mismas diferencias fisiológicas, fisiopatológicas y psicopatológicas son suficientes para echar por tierra muchos buenos intentos.
Como ejemplo vale decir que, hacer un tratamiento de reducción ponderal (adelgazamiento) basando el mismo en una simple ecuación matemática de reducción de calorías, no se puede condecir con la realidad alimentaria, orgánica ni anímica del individuo.
Si colocamos por un lado los universales dichos “...La medicina es la menos exacta de las ciencias”, o “...En medicina dos más dos casi nunca da cuatro”; y por el otro lado que multiplicar, sumar o restar calorías es la solución de la obesidad vemos que se da una verdadera incongruencia.
Casualmente esos mecanismos psicológicos más primitivos (negación, regresión, represión y proyección), son los habitualmente elegidos para cubrir el malestar anímico y la angustia que produce el peso cuando está fuera de sintonía con lo que la persona desea o anhela. Si se combina la angustia por el sobrepeso y los repetidos fracasos por corregirlo, con una elección inapropiada del mecanismo de defensa utilizado y una estructura de pensamiento de tipo mágico (cosa habitual en la obesidad), no será descabellado pensar que actuar irracionalmente o con poco sentido común será la regla, más que la excepción, en estos casos.
Con cada atisbo de solución mágica no solo se suma una nueva frustración agravando la idea que la búsqueda siempre termina en un fracaso, también se ponen en marcha mayores y más sofisticados sistemas de protección de las reservas de grasa, alejando la ya remota posibilidad de triunfo. Sutiles diferencias al momento de encarar la defensa de la angustia por el sobrepeso hacen que la realidad choque con todas las teorías y “…Es en la realidad donde mueren las teorías”.
Teorías que no están exentas de un alto rigor científico, pero que a veces no resisten las intrincadas adaptaciones que la mente realiza, como si fuese el modelado de un escultor, logrando que cada individuo sea una obra única e irrepetible. Esas sutiles diferencias son las que hacen que una persona se cure de la misma enfermedad que otra se muere, o que al contacto con el mismo agente patógeno alguien se enferme y alguien no.
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